miércoles, 21 de noviembre de 2012

El Jesús ausente del Catolicismo

Jesús no fundó una nueva religión. Jesús nació, vivió y murió en el seno del judaísmo pero desde una actitud absolutamente crítica y contestataria: un judaísmo absolutamente jesuano que ni la Sinagoga ni el Templo podían admitir porque contravenía la sagrada Ley de Pureza. 

Contraviniendo la Ley recorrió Galilea en busca de los "Impuros" de los marginados: cojos, ciegos, mancos, epilépticos, leprosos, desahuciados de sus campos y casas... expulsados de las ciudades y pueblos; se convirtió con ellos en un judío marginal  con los que se comportaba y hablaba de tal manera que, sintiéndose los amados de Yahve, reconfortados, recobraban la confianza en sí mismos superando su desgracia.

Jesús y los discipulos
No sé si curaba milagrosamente a los enfermos o no; no me importa ni me preocupa; lo cierto es que en su compañía se sentían puros y recuperados, sanados en su desgracia. La prueba es que, a pesar de conocer Jesús su impureza legal, acudía (!como buen judío¡) a la Sinagoga del lugar a celebrar el Sábado y allí venían, o eran llevados, los impuros de cada pueblo porque salían renovados, aunque siguieran siendo impuros ante la Ley.

Jesús les decía: Yahve, es vuestro Padre, no necesita del Templo para oír vuestras oraciones; cuando oréis no lo hagáis con muchas palabras como los sacerdotes y fariseos, pues Él ya conoce vuestras penurias, sino decidle Padre Nuestro... y sanaban su dolor. Y las autoridades buscaban matarlo.

Ellos sentían en el Dios de Jesús el amor que los confortaba; mientras que, el mismo Dios, manipulado por la Institución Judía, los marginaba.

Por ello podemos decir que con Jesús se instauró un "Jesuanismo judío".


Tras la condena a muerte y crucifixión de Jesús sucedió una conmoción: ¿sería verdad que todo lo vivido..., que este amor de Dios experimentado... había sido una ilusión, un sueño imposible? Tuvieron que ser las mujeres las que, desde la experiencia del amor recibido, comprendieron que Jesús no había levantado castillos en el aire porque en ellas... ¡seguía ardiendo su pecho!: Jesús, como el grano de trigo, con su muerte había puesto la simiente y el Reino de Dios proclamado por este proscrito de los hombres estaba entre ellos, con Jesús mismo a la cabeza: ¡Aleluya, no estaban abandonados, Jesús mismo, sentido más vivo que nunca, estaba con ellos!

María Magdalena, apóstol de apóstoles, puso en marcha a las mujeres y fueron en busca de los aterrorizados varones. Convencidos ya de que Jesús no les había abandonado sino que venciendo a la muerte (resucitado, fue su expresión) los necesitaba a su lado, comenzaron a trabajar por esa semilla del Reino de Dios (de justicia, de hermandad, de libertad) que Jesús había sembrado.

Pero los varones, no así las mujeres, necesitaron argumentos de razón..., no corazonadas..., de que esto era verdad; siendo judíos conocedores de las Escrituras, releyendo en ellas, encontraron argumentos de los Profetas para aplicar a Jesús el mesianismo que las profecías anunciaban en cada época la promesa de un salvador.

Basándose, pues, en los textos sagrados judíos, se fue generando una tradición oral, luego escrita (Evangelios), que concebía a Jesús, no ya como el judío marginal que conocieron, sino como el Mesías para las comunidades judías de Jerusalem y el Cristo para las comunidades griegas de Pablo: así, la profecía sustituyó a la historia velando el Jesús histórico en favor del Cristo-Jesús de la fe, Jesucristo.

Surge así el Cristianismo jesuano porque el espíritu de Jesús  animaba las comunidades cristianas en las que el Reino de Dios se iba haciendo realidad por su acogida, su espíritu de servicio, y su celebración de la Cena donde, poniendo en común los alimentos que aportaban, los más pobres comían; un clima de solidaridad que llamaba la atención y atraía la adhesión a la Comunidad.

El espíritu jesuano era compartido indistintamente  por judíos, griegos, romanos, libres o esclavos. Les decía Pablo: permanezca cada cual en el estado en que fue alcanzado por la fe en Cristo.

No era, por tanto, una religión excluyente sino un estilo de vida encarnado en toda cultura y convicción religiosa de los creyentes en Jesús. De todas maneras, no fueron pocos los problemas suscitados entre judíos circuncisos y gentiles incircuncisos y si era lícito o no participar en los ritos paganos; por eso Pablo decía: en la fe en Cristo, no rehaga el judío su prepucio, ni el gentil se circuncide; es lícito comer de la carne sacrificada a los ídolos -es decir, formar parte de los rituales paganos-  si ello no es motivo de escándalo. Era la Caridad, el no dañar al prójimo, superior a cualquier ley.

Era este cristianismo un movimiento más y más extendido y pertinaz que, inspirado por el espíritu de Jesús, perduró a pesar de las penurias materiales de sus miembros y de las persecuciones de los poderosos.

Si no puedes vencer a tu enemigo, únete a él. Así, en el Mundo Oriental, el Emperador Constantino declaró la religión cristiana Religión del Imperio: el nuevo Dios cristiano, CRISTO, tuvo templos, sacerdotes y culto adecuados al poder, pompa y solemnidad del Imperio.

En el Mundo Occidental, el Romano Pontífice, poderoso Señor temporal, organizó la Iglesia a imitación del Imperio y, cual emperador asistido por un Senado Cardenalicio gobierna su mundo católico mediante Obispos (epi-scopeos = supervisores).

El CRISTIANISMO DE ESTADO, abandonando el espíritu jesuano, se convirtió en una religión excluyente: era preciso renegar de cualquier religión en el Imperio para acogerse a la religión imperial: el Cristianismo. La misión con la cruz y la espada se justificará como fidelidad al envío de Jesús al encuentro de las gentes y predicarles la Buena Noticia del Reino de Dios.

Nada tiene de extraño que la predicación del Cristianismo en países de misión sea rechazada e incluso perseguida como colonialismo invasivo, convirtiéndose en un problema político.

Aquella solicitud compasiva de Jesús de las comunidades fraternas de Pablo se perdió debido a la masificación de las conversiones al Cristianismo para salvar sus vidas y hacienda y se convirtió en el gobierno de una Iglesia poderosa, sacerdotal y dogmática controladora de las conciencias de sus, ahora, llamados fieles.
Hoy, seguimos confesando nuestra condición religiosa de Cristianos exigidos y urgidos por la fidelidad al Dogma, lo cual, contrariamente al espíritu de Jesús, nos diferencia y excluye respecto de las demás Religiones del mundo. Consecuentemente, predicamos su renuncia,  conversión y adhesión a la Iglesia para poder beneficiarse de la acción salvadora de Cristo. Así se llegó a confesar: fuera de la Iglesia no hay salvación. Pero ¿qué Iglesia? Naturalmente la Romana auto denominada católica, universal. ¿Qué es de las Iglesias Patriarcales Católicas Orientales; de las Iglesias de la Reforma... ?

Así las cosas, nos enfrentamos a problemas como:
La "Unión de los cristianos". Difícil tema si por unión se entiende la obediencia de todas las confesiones cristianas a Roma y no como reconocimiento, aceptación, admiración y amor de todas por todas en Cristo-Jesús.
El "Diálogo Interreligioso" pues mientras entendamos por diálogo el reconocimiento difícilmente superable de nuestras mutuas diferencias teológicas, doctrinales y litúrgicas y no como aceptación del Amor del mismo y único Dios que  mediante las Religiones y con distintos nombres busca al Hombre en cada Cultura inspirando líderes religiosos, profetas en su tierra, no habrá diálogo posible.

No es la Religión Católica con su Iglesia dogmática y excluyente, la que ha de encarnarse en cada cultura y religión sino el espíritu de Jesús, con su comensalía abierta y universal  Sólo así podremos un día participar de la "Cena" todas las Religiones y Pueblos de la Tierra.
Cada uno en su casa y Dios en la de todos.

El "aggiornamento". Un hombre bueno, con más aspecto de cura de pueblo que de Sumo Pontífice convocó un Concilio Ecuménico: urgía poner al día la Iglesia cristiana tan alejada del espíritu jesuano que la inspiró. Las conclusiones de los padres conciliares no se reflejaron fielmente en la redacción de los documentos oficiales y la Iglesia seguirá siendo poderosa, sacerdotal, cultual, dogmática y languidecerá apartada de la sociedad. Se cumplió el: "cambiar las cosas para que todo siga igual".

La Iglesia Católica de Roma cabeza de una Religión más en el Mundo,  sigue incapacitada para la unión de los cristianos y para el diálogo entre las religiones. No obstante, algo se ha corregido: Aunque con algun circunloquio teológico, se reconoce de algún modo la posibilidad de salvación en las demás Religiones.

Abandonemos, pues, toda controversia teológica y dogmática y cultual para convencernos de que sólo el espíriru de Jesús será capaz de encarnarse en las Religiones del mundo y poder reconocerse y amarse y trabajar hacia el proyecto Jesuano humanizador de las distintas sociedades y culturas: el Reino de Dios.

En conclusión; el cristianismo irá languideciendo si no es encarnado y salvado por el jesuanismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario